Por fin miro por la ventana e intento escribir algo. Suspendido en el aire casi inexistente a más de 37.000 pies de altura, pienso que todo es un milagro maravillosamente explicable. Del mismo modo que el ingenio y la persistencia humanas han permitido que este aire exiguo de moléculas inconexas que escapan hacia la estratosfera -ya que casi nada las retiene en la tierra- sirva para sostener un avión de varias toneladas, pienso que mi destino hasta aquí ha seguido un camino similar. Puedo pensar en un milagro. Pero puedo pensar también en un esfuerzo colectivo maravillosamente explicable. Porque el camino para volver al Everest ha sido uno de los más difíciles que he hecho nunca. Pienso ahora, durante la primera hora de vuelo, la primera hora de relajación que me permito después de estos últimos meses, y sobre todo de las últimas semanas. Y me vienen a la cabeza todos los momentos difíciles, de verdadera incertidumbre. Y constato que sólo la fe en el proyecto y la fe en mí mismo, me han permitido seguir entrenado y olvidando todos los dolores de cabeza y todos los malos augurios y superar aquellos días en los que parecía que todo había de derrumbarse. He tenido que empujar mucho, como nunca, y en este camino he aprendido que a veces caminar sin red es la única manera de aprender, y sobre todo de llegar al final del hilo sin caer.
El avión sigue su curso inalterable, y mientras veo mi cara reflejada en el cristal, sobreimpresa en el inmenso mar de nubes que flota por debajo nuestro, impasible, pesado, como una masa arremolinada de sueños de plata, no puedo dejar de conmoverme cuando descubro también las caras de todos los que me han ayudado a darle un empujón a mis espaldas. No hay ningún proyecto que no salga adelante sin la insistencia de un hombre. Pero también es cierto, que sin el aliento de toda la gente que se ha involucrado y que me ha dado la mano, todo esto hubiera sido imposible. Sé que los que han estado detrás cuando lean estas líneas os sabréis reconocer, y veréis reflejada en la pantalla del ordenador, también vuestra cara. De las nubes a vuestra pantalla: de los sueños de plata a los 37.000 pies de este avión, y de esta nave flotante hasta vuestra casa. Como decía: un milagro maravillosamente explicable. El corazón se me llena de responsabilidad y de compromiso con todo vosotros, casi más que conmigo mismo. Para mí, pero también para todos vosotros, intentaré respirar ese aire leve,-pero capaz de sostener toneladas de hierro sin caer-, desde el punto más alto de la tierra. Hoy empieza la segunda parte de este camino tan difícil.
¡Gracias a todos!
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