La tarde está hermosa y en Payu acaban de desvanecerse las últimas claridades crepusculares, mientras que en la lejanía los rayos de sol poniente prenden fuego a las altas y afiladas cumbres de las Catedrales del Trango. Este lugar marca la entrada al Glaciar del Baltoro, uno de los más extensos de la tierra. Cuatro días más de marcha por el corazón de este mar de hielo nos conducirán hasta el Campo Base de los Gasherbrum, situado a unos 5000 metros, y al pie de mi próximo objetivo: intentar escalar dos de las seis cumbres que dan nombre al circo de los Gasherbrum. Se trata de los Gasherbrum I y II, de 8035 y 8068 metros respectivamente.

Atrás quedan quince días de descanso en casa, tras regresar de una larga y dura expedición al Everest sin oxigeno. Dos semanas que han pasado volando y en las que he recuperado la moral y el empuje para volver a emprender otro viaje. No ha sido fácil. Sólo la tenacidad y el propio compromiso con el proyecto me han elevado por encima de la dificultad de superar la decepción del Everest. Pero debo enfatizar que ello ha sido posible sobre todo gracias al apoyo de dos elementos valiosos, sin los cuales hubiera sido todavía más difícil emprender el vuelo. En primer lugar el apoyo de mi familia, de mis amigos y de muchos seguidores que no conozco. Especialmente de Ivonne, mi compañera, que fue la primera que me animó a salir otra vez de expedición, a pesar de los dos meses recientes fuera de casa. Y debo confesar que si en algún momento hubiese descubierto algún indicio de contrariedad o cualquier atisbo de duda en la expresión de su mirada, creo que no podría haber reunido toda la fuerza necesaria para poder marchar de nuevo. Podría haber sido así, pero en el fondo oceánico y azulado de sus ojos descubrí el ancla donde poder fijar mi aturdido y desconcertado navío, y poder así emprender este nuevo viaje. En segundo lugar, la comprensión y el apoyo incondicional de mis patrocinadores. Todos han estado a mi lado tras el desenlace final de la expedición al Everest. De hecho, con ellos compartía, antes de empezar este proyecto, el compromiso de que más allá de los resultados, lo más importante consistía en preservar los valores que deberían de seguir alumbrando este deporte, -que es algo más que un deporte-, a pesar de la persistente insistencia de algunos en convertirlo sin más, en un tablero donde se compite sin piedad. Esos valores son los que pretendo proteger como el tesoro más preciado, y espero no defraudar a la gente que me sigue ni sobre todo a mí mismo. Descubrí la montaña, y todo lo bueno que el hombre podía soñar y realizar en ella, cuando tenía doce años. Y quiero pensar que la inocencia y la pureza de esos días maravillosos sigue alimentando mi corazón y el deseo de regresar una y otra vez a lugares como éste. Por respeto a los hombres, al resto de hombres de este mundo, y por respeto a la belleza que este planeta nos ofrece cada día, en los rincones más insospechados o en lugares tan soberbios y deslumbrantes como éste.

Comienza esta aventura pues. Y lo hago con fuerzas renovadas y con la ilusión de pisar estas cumbre, que nos pertenecen a todos, pero especialmente a la gente tan maravillosa que desde estos valles nos acogen cada año. Gracias pues nuevamente a todos los que seguís empujando conmigo.