ENTREVISTA DESNIVEL
Hablamos con Ferran que regresa a casa después de haber coronado su ochomil principal número 13 en una expedición muy intensa. Hasta el punto que esta era la pregunta que le rondó la cabeza gran parte de la ascensión: “¿Merece la pena arriesgar tanto para subir allí arriba? Tres personas solas, en una ruta de 4.000 metros de desnivel, sin cuerdas fijas…”
Darío Rodríguez/DESNIVEL
Ferran Latorre logró la semana pasada alcanzar la cumbre del Nanga Parbat(8.125 m), su ochomil principal número 13 o, lo que es lo mismo, el penúltimo para completar la lista de los 14×8000. Lo hizo además tras una expedición llena de altibajos y de alpinismo de verdad: inicialmente lo intentó por una nueva ruta por el glaciar Diama y con esquís, encordado a Yannick Graziani y Hélias Millerioux, y se dio la vuelta a unos 7.800 metros; posteriormente se pasó con Millerioux y Boyan Petrov a una ruta normal que estaba básicamente desequipada. De ahí que precise que terminó subiendo en un estilo que se podría calificar como prácticamente alpino.
Hablamos con él hace unos días, cuando estaba en el camino de regreso a casa, satisfecho y contento por tener los deberes hechos y por haberse ganado unas merecidas vacaciones en la playa. Se olvidará por unas semanas de las montañas, de la nieve y del frío, antes de enfrentarse a su último gran desafío, el Everest(8.848 m) sin oxígeno por la vertiente norte. Siempre es un placer charlar largo y tendido con Ferran Latorre, un alpinista con un gran discurso, siempre profundo y siempre reflexivo. Esta vez no ha sido una excepción.
“Psicológicamente se me ha hecho muy duro”
¿Cómo ha sido la ascensión y la cumbre?
Ha sido muy duro, porque no habíamos puesto ni un pie en la ruta normal, o sea que a nivel de peso íbamos como en estilo alpino, íbamos a vista. Lo único que había era cuerda hasta el C2, aunque parcialmente porque gran parte de la cuerda estaba enterrada por las nevadas que había habido… así que hicimos bastantes tramos a pelo. Y desde el campo 2 sin un metro de cuerda fija, sin nada de huella: tres personas solas sin la ayuda de nadie más, Hélias Millerioux, Boyan Petrov y yo. En este sentido, una ascensión prácticamente en estilo alpino y en una ruta de 4.000 metros de desnivel. Hemos estado una semana: siete días para subir y bajar. En un monte que estaba peligroso, sobre todo para subir al C2 por la caída de piedras… seco, con calor, como es Pakistán. Y después arriba, mucha nieve, con contraste y por tanto cierto riesgo de aludes… Cierta inquietud, por el compromiso a medida que te vas alejando del campo base y la ayuda queda cada vez más lejos, tres personas solas y también por las condiciones: caída de piedras abajo y mucha más nieve de la que esperábamos por arriba. No solo ha sido un gran esfuerzo físico sino también psicológico.
¿Tan duro ha sido mentalmente?
Psicológicamente se me ha hecho muy duro, porque además yo ya venía del intento por la ruta del Diama con esquís. Al no salir aquello, la verdad es que yo estaba un poco desmotivado, porque lo que me hacía ilusión era hacer el Diama, abrir una nueva ruta, pero al irse Yannick Graziani eso quedó descartado –estoy seguro de que si se hubiese quedado lo hubiésemos vuelto a intentar por el Diama e igual lo hubiésemos conseguido–. También es cierto que yo estaba un poco cansado psicológicamente. Supongo que llega un momento que te emparanoyas un poco y piensas ‘igual me toca esta vez’… siendo mi última expedición a un ochomil más ‘peligroso’ o ‘comprometido’ –me queda el Everest, que quiero hacer por el norte y no es peligroso–, y viendo que estábamos apurando un poco demasiado, quieras que no vas inquieto todo el día. Para mí, ha sido una ascensión dura.
“Al final el peligro es una sensación muy personal”
¿Has disfrutado de la cima?
He sufrido. Creo que he sufrido permanentemente. Psicológicamente iba apurado, después del intento del Diama, después del Makalu, y sobre todo por el hecho de estar haciendo una ruta normal en un estilo prácticamente alpino… quizás apurando demasiado, con la sensación de que en este mi penúltimo ochomil lo estaba dando todo, y la superstición a veces te juega malas pasadas. Piensas si te va a pasar algo… Mientras que Hélias es todo lo contrario, pues ha sido su primer ochomil y venía más virgen de este tipo de sensaciones. Pero eso a veces te hace ver más peligro del que en realidad hay, porque al final el peligro es una sensación muy personal. He vivido la ascensión con mucha tensión, porque creo que estaba un poco sensible en este sentido. Vencer estos miedos es duro, porque hay la parte técnica y la parte física que, si psicológicamente estás todo el día atento a lo que te pueda pasar, pues lo pasas mal. Además es una ascensión muy larga, porque si esto te pasara sólo un día, vale, pero hemos estado siete días allí. Se ha hecho muy largo.
“Esta ascensión es la más dura de los trece ochomiles que he hecho hasta ahora”
Y tú eres una persona que te gusta mucho reflexionar sobre el porqué de la montaña y del riesgo. ¿Al final del intento por el Diama, reflexionaste mucho sobre el hecho de ir a la normal?
Sí, la verdad es que he tenido un debate interno interesante después del Diama. A mí me hacía ilusión ir por el Diama y pensaba: ‘Déjalo y vuelve el año que viene por la misma ruta’. Y al mismo tiempo tienes ganas de, ya que estás allí, liquidar los deberes. Estuve a punto de irme a casa… Además, yo ya sabía que iba a ser duro ir por la ruta normal, que de normal no tiene nada. Y ya es mala suerte que, en una ruta que otros años ha estado equipada con cuerda fija hasta el C4 y con la huella abierta, para el mismo resultado tengas que hacer un esfuerzo diez veces superior. Tenía este debate: ¿merece la pena apurar tanto para subir por una ruta normal o vuelvo el año que viene para subir por el Diama que es lo que realmente a mí me ilusiona hacer? Al final decidí quedarme… Y quedarme para subir casi en estilo alpino y sin estar a tope de ilusión, se hace muy difícil; creo que esta ascensión es la más dura de las 13 que he hecho hasta ahora.
O sea que lo más duro ha sido la parte psicológica…
Ha sido durísimo, primero una guerra psicológica para darle la vuelta a la situación de desmotivación tras intentar la ruta del Diama y luego la guerra psicológica conmigo mismo: no sé por qué, pero este año iba más sensible, con más miedos, y donde unos ven una situación normal tú ves más peligros… y así ha sido durante todos y cada uno de los siete días desde que salimos del campo base hasta que volvimos. Unos días porque no nevaba, otros porque había riesgo de aludes, el primer día porque sabes que caen piedras… incluso el día que descansamos en el C3 nevó bastante por la tarde… y luego el ‘¿cómo vamos a bajar de aquí sin cuerda fija?’ y tuvimos que destreparlo todo hasta el C2, que es delicado. Muchas incertidumbres. Siete días de vivir de esta manera agotan psicológicamente.
“¿Merece la pena arriesgar tanto para subir allí arriba? Tres personas solas, en una ruta de 4.000 metros de desnivel, sin cuerdas fijas…”
¿Ha sido la cima que más costo psicológico te ha supuesto?
Yo diría que sí. Eso no quiere decir que sea la montaña más dura, porque eso depende cada año de cada circunstancia: si hay gente, si no, las condiciones… Como ascensión, ha sido la más dura de todas.
Al final, teniendo en cuenta todo ese riesgo, ¿merece la pena? Porque eso es algo que no depende sólo de ti (aludes, piedras, rebalones…)
Esa era la reflexión que yo me hacía antes de acometer esta ruta: ¿merece la pena arriesgar tanto para subir allí arriba? Tres personas solas, en una ruta de 4.000 metros de desnivel, sin cuerdas fijas… y además en una ruta que es muy difícil de bajar, porque tiene muchas travesías y muchos tramos planos que, si a alguien le pasa algo, es muy difícil ayudarle a bajar. El riesgo era una de las cosas que me hacían dudar y al final la conclusión es que sí, porque si hubiera visto que era una locura absoluta no lo hubiera intentado. También es cierto que mis compañeros me han ayudado mucho, y eso es vital. El cálculo del riesgo es muy difícil de hacer, porque no es matemático: no pones en una tabla todas las variables y te sale un resultado; al final es intuición. Teníamos un buen parte de tiempo, y eso también ayuda… Íbamos resolviendo los problemas día a día y si lo hubiéramos visto mal, nos hubiéramos bajado, aunque también hay un cierto punto de transgresión y, a partir de cierto punto, es un poco de ‘que sea lo que dios quiera’. Hubo incertidumbre hasta el último momento, cuando a media hora de la cima empezaron a formarse nubes y pensábamos que quizás nos iba a pillar el marrón en el peor momento… Las dudas las vas encontrando continuamente, y ante ellas está tu experiencia, tu intuición, tu estado físico… y es un cálculo súper difícil de hacer.
¿Cuál es el momento más duro en este proceso? ¿Cuál es el punto clave?
En nuestro caso, a partir del C3 para arriba ya quedas muy lejos de todo y bajarse del C4 con mal tiempo es muy comprometido. Este sería un primer punto de transgresión. Otro fue a partir de los 7.900 m, que es un punto muy típico, cuando empiezas a bajar físicamente y notas que todo te va a costar, tanto bajar como continuar, y se sumó el hecho de que vimos crecer las nubes… De hecho, cuando llegamos a la cumbre, nevó un poco, lo que para nosotros era preludio de una gran tempestad que, por suerte, cuando empezamos a bajar se abrió e hizo la mejor tarde de las que tuvimos esos días.
El resto de las expediciones del campo base, ¿por qué deciden no subir?
La gente venía un día por detrás nuestro, pero en el muro Kinshofer cayó una piedra que golpeó en un brazo a una alpinista china y todos decidieron bajarse. Fernando Fernández y Pepe Saldeña, de Granada, sí llegaron al C2 pero desde allí hablan con nosotros para saber cómo está por arriba, les decimos que está comprometido para subir y bajar, y el problema es que ellos prácticamente no tienen aclimatación, así que deciden que es demasiado arriesgado. Yo creo que toman la decisión correcta, porque incluso para nosotros que íbamos aclimatados fue durísima, y ellos se habían quedado solos… Yo creo que el coreano Mr. Kim, para quien era el último ochomil, se dio cuenta enseguida de que no había suficiente material humano ni cuerdas para hacer la ascensión como la hacen ellos, con seguridad absoluta: cuerda fija hasta el C4 y con huella abierta. Creo que especuló un poco durante toda la expedición.
“La ruta Kinshofer es la normal más difícil de los ochomiles junto con la del K2″
Al final, ¿qué ruta es más arriesgada, la del Diama o la normal?
Realmente, la ruta normal tendría que ser la del Diama, por dificultad técnica, que incluso es completamente esquiable como demostramos desde 7.800 m. Lo que pasa es que es una ruta mucho más larga. La ruta Kinshofer, a mí me ha impresionado bastante, y seguramente es de las rutas normales más difíciles que hay, por no decir la que más. Parecida a la ruta normal del K2 por los Abruzzos. En el Nanga Parbat hay que subir cada día, y el día de cumbre no regalan nada; del C4 hasta la base de la pirámide hay una travesía larga, que si de bajada no estás bien…
Recordar ahora a los alemanes que la abrieron, a Hermann Buhl o a Reinhold Messner…
Al lado de esa gente, nosotros somos simples deportistas. Los aventureros fueron ellos, aunque también se puede seguir viviendo una ascensión como la nuestra, con mucha incertidumbre.
Y Hermann Buhl lo hizo solo…
Sí, y además por la arista que nosotros queríamos intentar viniendo del Diama. Una arista de la que no hay mucha información y que además se ve bastante más difícil de lo que pensábamos. Cuando decidimos bajarnos estábamos muy cerca de esa arista final de Hermann Buhl. Creo recordar que él subió por la arista y bajó por un corredor, porque no se vio con capacidad de bajar por la misma arista, y ahora lo entendemos. Es para quitarse el sombrero cada vez. Cuando conoces la historia del alpinismo y pasas por según qué sitio, te vuelves muy humilde.
Comentabas que este era tu 13º ochomil y lo has subido con una persona para quien era su primer ochomil, ¿cómo se viven estas experiencias tan distintas?
Él lo vivió muy bien, también por el hecho de que estaba virgen de sustos en ochomiles. Aunque tiene una gran experiencia, es un súper escalador, guía de Chamonix, un tío majísimo… Lo vivimos un poco distinto: yo con la paranoia de ser mi penúltimo.
“Alucino que un diabético tenga tanta fuerza y tanta determinación allí arriba”
Y además en la cordada también figura un diabético: Boyan Petrov…
Sí, Boyan Petrov es un tipo fuertísimo, que en el tramo final abrió la huella y tiró mucho; le estoy súper agradecido. Tanto Hélias como yo sabemos que el día de cumbre hemos subido gracias a él. Él le puso la fuerza y nosotros le pusimos la técnica y el criterio de por dónde subir y cómo bajar. Cada uno ha aportado lo suyo.
¿Cómo es subir con un diabético? ¿Se nota la enfermedad?
No, Boyan es un fenómeno y yo alucino que alguien diabético tenga tanta fuerza y tanta determinación allí arriba. Ya subí con él al Makalu y ya akuciné, y esta vez todavía mucho más. Toda mi admiración. Creo que en altura es excepcional, de lo más fuerte que he visto nunca.
Ha sido una expedición de las más largas en el Himalaya. Has estado mucho tiempo, ¿no?
Sí, la verdad es que yo pensaba que iba a ser más corto, por el hecho de ir aclimatado y de ir por una ruta llana, en la que no había que equipar nada… De hecho podría haber ido muy rápido, porque el día 11 nos bajamos de 7.800 m, pero no salió bien y la cosa se alargó. Pero bueno, tengo que agradecer que todo haya ido bien, que estoy vivo y estoy descansado.
Ahora también te habrá venido a la cabeza lo que representa subir en invierno por allí, ¿verdad?
Correcto. En todo momento estuve pensando en Álex Txikon, en Simone Moro, en Tamara Lunger y en Ali Sadpara. Felicitarles de nuevo porque tiene mucho mérito y ese ataque a cumbre en invierno es muy complicado y muy comprometido.
“Es evidente que cuando te vas haciendo mayor vas cogiendo más miedos”
Además, estos días se ha cumplido el aniversario de una fecha trágica, de la desaparición de Miguel Ángel Pérez en el K2… ¿Eso pesa?
Sí, sí, todo eso está en el subconsciente y forma parte de esos miedos. Sabes que puede pasar y que te puede pasar a ti. Es evidente que cuando te vas haciendo mayor vas cogiendo más miedos.
De todos modos, siempre has sido una persona que te ha gustado reflexionar mucho sobre el riesgo, te gusta leer, analizar…
A veces me siento un poco un bicho raro, pero soy una persona que siempre ha analizado mucho las cosas: la méteo, mis fuerzas, la condiciones, horarios… Quizás quienes actúan más por intuición y sin analizar tanto las cosas viven más tranquilos que yo…
Eso te desgasta incluso antes de empezar…
Bueno, por un lado, si lo veo claro, eso me tranquiliza. Pero cuando no lo veo claro, se vive mal. Yo en esta ocasión tenía muchas dudas de muchas cosas, que hemos ido solucionando y han terminado bien. Y en parte, me lancé a esta historia confiando mucho en mis compañeros también: sabía que cada uno iba a dar lo máximo de sí mismo.
En cuanto al compromiso que asumisteis, también fue a nivel de ligereza, llegando a dejar el teléfono satelital, que parecería algo importante en estas montañas…
Sí, y también de comida íbamos muy justos, y he pasado algo de hambre en esta ascensión. Además nos paramos un día en el C3, algo que fue clave porque eso nos permitió hacer cumbre el día 25 que fue el mejor de todos. En este sentido, yo insistí mucho en esperar, porque tenía la intuición de que el 25 iba a ser mejor y que el día de descanso nos iría bien a todos. Y realmente fue un acierto.
“El peso en altura es letal. Ir sin peso es muy importante.
¿Es clave subir tan ligeros o se roza un poco el límite? Porque si te coge un poco de mal tiempo, vas justo de comida…
Yo creo que sí, y más todavía. El peso en altura es letal. Ir sin peso es muy importante, y más en rutas en que tienes que abrir huella como nosotros. Al final, la historia ha salido muy bien. En el ataque a cumbre subimos en 10 horas y bajamos en cinco, es decir, unos horarios buenos. Mirándolo ahora, me digo ‘no sé por qué tenía tantos miedos’, porque lo hemos hecho todos muy bien y tengo que estar muy contento, a pesar de no haber hecho la ruta del Diama, que es la que me hacía ilusión. Ha sido una doble aventura: hemos casi subido por el Diama por una ruta nueva y luego ha sido como otra expedición distinta y hemos subido de la manera como lo hemos hecho. Y además, he tenido la suerte de compartir experiencia con tres súper alpinistas como Yannick Graziani (uno de los mejores himalayistas del momento), Hélias Millerioux (un joven con un nivel y un talento increíble) y Boyan Petrov (uno de los más fuertes que conozco).
¿En qué otras montañas habías estado con ellos?
Con Yannick Graziani estuve en el G1 el año pasado. Con Boyan Petrov en el Makalu. A Hélias Millerioux le conozco de Chamonix.
“Soy consciente que el Everest sin oxígeno es bastante mi límite, con lo que habrá que darlo todo también.”
Ahora tienes por delante el Everest sin oxígeno, que es un gran reto…
Sí, es un gran reto con muchas incógnitas también. Ya no son incógnitas de peligro ni técnicas como en el Nanga Parbat; son incógnitas más de mis capacidades físicas. Habrá que entrenar mucho, aunque hay una parte fisiológica genética, que es difícil mejorar. Soy consciente que el Everest sin oxígeno es bastante mi límite, con lo que habrá que darlo todo también.
Y el Everest es un viejo conocido tuyo que ya intentaste anteriormente con Edurne Pasabán
Sí, he estado seis veces. Tengo una estadística bien mala, la verdad.
¿Cómo lo planteas?
Por la arista norte, por el Tibet. Pero queda mucho todavía. La verdad es que ahora no quiero pensar en el Everest; quiero hacer algo de vacaciones. Pero iré por la arista norte, que es una ruta más segura y además es por donde fui la primera vez que estuve allí en 1995…
Imagino que lo de ser padre y alpinista, psicológicamente será otro precio que tienes que pagar…
Sí, ese es un tema que me pesa. Pienso en mi hija y me siento responsable de ella y pienso si merece la pena arriesgar tanto… es un debate difícil. Me aterra que mi hija se quedara sin padre y eso al final pesa mucho y es la losa que hace que tengas todos esos miedos y que tu percepción del peligro sea mayor.
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