Si fuera músico diría que el grupo que más me ha influenciado a lo largo de mi vida son los Rush, banda canadiense integrada por, Geddy Lee, cantante y bajista, Alex Lifeson, guitarrista y Neil Peart, enorme batería y letrista de todos las canciones del grupo. Aunque son desconocidos en nuestro país, este es un grupo legendario en el mundo anglosajón, que comenzó en los años setenta haciendo un rock duro sinfónico y que en los años ochenta y noventa mutó al pop-rock, con incursiones al free jazz, aprovechando que, dentro del contexto del pop-rock, estamos hablando del mejor bajista, del mejor guitarrista y no sólo del mejor batería, sino que estamos hablando DEL batería.
Para que os hagáis una idea de cómo el arte puede llegar a convertirse en una obsesión, y cómo puede influir en seres humanos de alma sufrida como la mía, os diré que ha habido cuatro músicos que en gran parte son los responsables de que yo sea como soy, y que en correspondencia han aparecido repetidamente en mis sueños: Mozart, Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart. Pat Metheny sería otro caso, pero él aún no ha entrado en mi mundo onírico.

Os preguntaréis qué tiene que ver todo esto con el Everest. Pues resulta que durante estos últimos meses, la música de los Rush, tras un años de tenerla aparcada desde la juventud en algún rincón de mi memoria, ha vuelto a entrar obsesivamente en mi vida. Han sido tres meses bastante duros por muchas razones que ahora no vienen al caso, pero hay una de ellas que tiene relación con la intensidad emocional del momento vital que estoy viviendo: se acerca la hora de hacer frente a la culminación de un ciclo vital, al final de un proyecto, con todo lo que ello supone de carga emocional y de necesidad tanto de mirar adelante como de mirar por el retrovisor de la vida.
Y es en momentos como éste donde un tira de todo lo que lo ha convertido en lo que es. Y es así como he vuelto atrás, a buscar aquellos referentes que me convirtieron en el ser humano alegre y optimista pero también algo compungido por la existencia. Y es por esta intensidad emocional que llevo días y días escuchando obsesivamente Mozart, los Rush y leyendo los poemas de siempre, de Luis Cernuda, y de Màrius Torres.

Siempre he tenido un sentido trágico y trascendente de la vida, este interrogante maravilloso que nos lleva a todos de cabeza. Y por eso siempre me han gustado los temas musicales con una cierta épica. Hay muchos, pero uno de mis preferidos es precisamente de los Rush -tienen muchos más de este tipo- que se llama Mission, del disco -antes se llamaba así- Hold You Fire. Y este es un tema que lo he escuchado día tras día durante estas últimas semanas. Las letras siempre cuestan de entender y son interpretaciones libres que nos hacemos nuestras cada uno a su manera. Pero el texto escrito por Neil Peart creo que hace referencia a la Misión de vida que nos ponemos cada uno de nosotros. Podría estar equivocado, pero yo vivo y siento este tema con este mensaje.
Y es en este sentido que sin darme cuenta, mi conciencia ha relacionado el tema de los Rush con El Everest. Lo ha conectado llamándole, recuperándolo de la memoria y reviviéndolo como ha pasado en otros momentos de mi vida.
El Everest es mi Misión. El Everest es mi ilusión. Y en parte también, durante estos últimos días, he tenido la necesidad de convertirlo también, en mi penitencia y, en consecuencia, también en mi salvación.

Sabed pues que este tema será mi banda sonora durante el Everest. Será muy difícil, pero me encantaría escucharlo en la cima del Everest. Y os animo a pulsar el enlace del vídeo que os adjunto, poneros unos buenos auriculares, y admirar unos músicos enormes que a los sesenta y cinco años todavía nos hacen creer en nuestras misiones.
Para terminar, os dejo con el último párrafo de Mission. Por suerte, el arte nos ayuda a salvarnos de nosotros mismos.

“We each pay a fabulous price
For our visions of paradise
But a spirit with a vision
Is a dream with a mission. ”
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