El pasado viernes comenzó la 31 º edición del Festival de Cine de Montaña de Torelló, que con los años se ha convertido con el referente en el género más importante en Cataluña y en España, y que ha conseguido ser un referente también a nivel internacional.

Mi vinculación con el Festival viene de lejos: desde hacer de jurado, pasando por presentar algún documental a través del programa Al Filo de lo Imposible, – alguno por cierto galardonado-, y con la suerte de haber también recibido dos veces el premio de periodismo de montaña a la mejor publicación.

Hay que añadir, que desde hace tres años tengo la suerte de presentar el espacio El café de la tertulia, un formato de entrevistas a alpinistas destacados abierto al público. Se da la coincidencia de que inauguramos este espacio con Peter Habeler, mi más querido y admirado alpinista de referencia durante mi adolescencia y los que fuisteis allí, recordaréis que la entrevista fue mucho más que una simple conversación.

Desde entonces han pasado por el escenario personajes tan relevantes como Doug Scott, – tuve el honor añadido de escalar con él a Montserrat!- , Carlos Soria y los hermanos Pou.

Este sábado pasado, fueron protagonistas de este espacio los simpáticos escaladores, Nico y Olivier Favresse. Los dos hermanos belgas ya hace unos años que se posicionaron en la élite de la escalada en roca para quedarse. Formados en los rocódromos indoor de Bélgica, y con unos primeros años dedicados en exclusiva a la escalada deportiva y la competición, su primer viaje a Yosemite les abrió los ojos al universo del Big Wall. Así se han convertido, compartiendo a menudo las expediciones con otros dos grandes escaladores belgas, en especialistas de la escalada libre en grandes paredes, siguiendo el camino abierto por otros escaladores legendarios, pero llevando el límite todavía un poco más allá.

Su estilo es la punta de lanza actual de la escalada en roca. El objetivo es el de escalar las vías en libre, tanto las que abren como las que repiten, y no abandonar la pared hasta que lo consiguen, intentando encadenar los largos a vista pero ensayándolos si es necesario. Y lo hacen en paredes extremas, desde el Karakorum hasta la tierra de Baffin (Alaska), pasando por Groenlandia, Venezuela o China.

El compromiso con ellos mismos ya no es sólo el de escalar una pared, sino que hay un gran valor añadido: escalar en libre. Un esfuerzo que requiere una gran dosis de preparación puramente deportiva, con un añadido muy importante de capacidad mental y de valentía. Y todo ello cimentado por algo aún más importante: el valor ético de mantener esta filosofía hasta el límite, cuando lo más fácil podría ser desentenderse en las situaciones más difíciles.

Espíritu libre, en la escalada y en la vida. Toda una lección de aire fresco y de regeneración en el mundo de la escalada.