Ayer hizo quince años que Xavi Lamas perdió la vida en el Changzeng, una montaña de siete-mil metros cercana al Everest. Recuerdo los detalles de aquel día perfectamente, que ha quedado grabado en mi memoria de una manera exacta y transparente. Ayer hablaba con Albert Castellet, el líder de la expedición de la UPC al Everest, integrada por Ernest Bladé, Xavi González, Néstor Bohigas, Araceli Segarra, Manel de la Matta, Xavi Lamas, Albert y yo. Teníamos la intención de escalar el Everest en estilo alpino y sin oxígeno por el corredor Hornbein de la cara Norte. Era una elección muy atrevida y ambiciosa, pero no exenta de sentido y en cualquier caso, la elección necesaria de una generación joven y preparada que quería hacer un salto cualitativo en el himalayismo catalán.
El fatídico accidente lo tuvimos aclimatando en una montaña alta y esbelta junto al Camp Baso. Aquel 26 de agosto de 1995, Manel, Xavi y yo hicimos cumbre en el Changzeng hacia el mediodía, rodeados de una niebla calurosa, típicamente monzónica, que transformó la nieve muy rápidamente. Conscientes del peligro, decidimos bajar encordados, incluso haciendo largos asegurados. Cuando estábamos a punto de llegar al collado y una vez superadas las pendientes más fuertes y en el punto donde íbamos a reunirnos con el resto de compañeros, -que subían directamente del campo base y por lo tanto más tarde que nosotros, que habíamos pasado la noche en el collado- Xavi decidió desencordarse, decisión que contó con nuestra aprobación. Por suerte Manel y yo nos quedamos recogiendo la cuerda mientras Xavi empezó a bajar. Y todo se produjo unos minutos más tarde, justo después que Manel y yo diéramos el primer paso hacia bajo: un alud se llevó Xavi. Novecientos metros abajo. Durante unos minutos pensé que no había pasado nada, y asustado pero aliviado al constatar que gracias a Dios el corte del alud se había producido unos metros por debajo nuestro, seguí bajando. Pero cuando me reuní con Ernest, que estaba sitaudo como el resto del grupo por debajo nuestro y que había sido testimonio directo de todo lo ocurrido, me dio la triste noticia. No olvidaré nunca aquel momento ni aquellas palabras, de la boca de un gran amigo mío, de alguien que estimaba y apreciaba y admiraba enormemente. “Me pensaba que el alud había enganchado a Xavi”, le dije. “Sí Ferran, el alud se ha llevado a Xavi”. Aquel tono serio y grave de Ernest, aquella frase y todo lo que nos rodeaba, la piedra donde estábamos protegidos, el calor del día y aquella niebla que iba y volvía, forman parte de unos recuerdos nítidos como una realidad presente y paralela a nuestras vidas. Seguimos bajando. Hicimos tiempo absurdamente en el collado a ver si las condiciones cambiaban. Estábamos todos en estado de choque, una mezcla de miedo, de tristeza y de estar atrapados por un destino absurdo pero intocable, que nos desorientó completamente. Finalmente decidimos bajar al campo base. Recuerdo el momento que dejamos la nieve y llegamos a la salvación de las primeras rocas. Nunca olvidaré el abrazo que nos dimos Manel de la Matta y yo en aquel lugar, las lágrimas en los ojos, y un desbordamiento irracional e incontrolable de tristeza que nos brotaba por todo el cuerpo.
Los días siguientes en el Campo Base fueron muy duros y extraños. De golpe todo aquello dejó de tener sentido. Hablamos con la familia, mediante uno de los primeros teléfonos satélites del himalayismo, y decidimos enterrar a Xavi al pie del Everest. Recuerdo perfectamente el lugar y la ceremonia. El día claro y sereno. El silencio sepulcral y absoluto del Himalaya. La presencia atenta, de una blancura divina, pura e inocente del Everest, la montaña de nuestros sueños. Durante la ceremonia Manel leyó un escrito, y yo un poema de Cernuda. Antes de enterrarlo, me saqué la camiseta que traía puesta, mi preferida, y la utilicé para cubrir el cuerpo de Xavi, deseando que la llevara puesta por siempre jamás. También escuchamos un tema que seleccioné de Pat Metheny Group, el “Always and Forever” del disco Secret Story. Fue gracias a Xavi que descubrí a uno de los mejor músicos de nuestros tiempos, y me pareció pertinente que lo escucháramos juntos quizás por última vez. Y os aseguro que todos los que estábamos allá sentados, escuchando los ruegos de la guitarra de Metheny, vivimos una conjunción que sólo puede ser explicada y entendida a través del gran misterio de la vida, de la muerte y de la existencia, y también de la amistad.
Años más tarde, el 2006, formando parte de una pequeña expedición que quería intentar el Everest por la misma vía y estilo que el 1995, volví al lugar donde enterramos a Xavi. Me costó un poco encontrar la tumba, situada al final de un glaciar, al pie del Changzeng. Si cierro los ojos puedo volver a experimentar la ansiedad que sentía mientras intuía que poco a poco me iba aproximando, que iba reconociendo alguna piedra, alguna situación geográfica inexplicable, algún magnetismo familiar. De golpe me di cuenta que estaba encima, que no la podía ver porque estaba de pie encima del enorme bloque que protegía a Xavi. De un salto bajé y le di la vuelta intentando contener la emoción. Y efectivamente, el muro que construimos entre todos y la losa que esculpió Araceli estaban intactas. Las manos me temblaban de la emoción. Todo estaba exactamente igual, como si no hubiera pasado el tiempo. Los once años que habían pasado por encima de todos nosotros parecían haber quedado parados allí arriba, al pie del Everest. Y aquella constatación me alteraba el cuerpo como si me mirara al espejo del tiempo. Y no pude dejar de hablar. Después de haber reencontrado a mi amigo, no podía dejar de hablarle. Me habían pasado tantas cosas… ¿por donde empezar? ¿por donde acabar? Volví a poner el “Always and Forever” y por aquellos altavoces más modernos, sonaba la misma música, en el mismo lugar y con el mismo calor que hacía once años. La música llenaba todo el espacio existencial que habitaba dentro y fuera de mí, y no puedo negar que en medio del silencio hablaba con él. Y con todos los que estuvieron allí aquel 26 de agosto de 1995. Que les pedía fuerza y suerte, y que los sentía bien cerca de mí, ligado a todos ellos por la complicidad de haber compartido aquella visita puntual a ese límite tan irreal, pero al mismo tiempo tan rotundamente exacto, entre la vida y la muerte.
Y volví al campo base, consciente que alguien que muere a tu lado, seguirá estando durante el largo viaje de la vida, siempre y por siempre jamás, a tu lado. Y estoy seguro que Xavi lo hace con mi camiseta puesta. La del concierto del Secret Story de Pat Metheny, que vimos juntos.
Leave A Comment